martes, 23 de septiembre de 2008

NUESTRA PRIMAVERA (cuentito)

"Sos una chica con un humor creativo, ingenioso.", me dice él. Mientras tanto, miro a las adolescentes de la mesa que está junto a la ventana, que ríen con una expresión vanidosa de estar hablando de chicos lindos, sexo precoz y noches inagotables de fines de semana llenos de locuras de color rosa muy sofisticado. Así, tan coquetas... Yo ya soy una joven adulta envejecida. Apostaría a que las tres me preguntarían la hora con respeto. Les diría que no tengo, lo cual es cierto.
Él me ha seguido hablando, pero no llegué a escuchar nada. "Nenas como estas me escarnecieron durante toda la adolescencia, Guillermo. Ahora que sufro por cosas más importantes y que tengo diez años más, me encanta aborrecerlas secretamente.", digo sin cuidarme ya de cuánto sarcasmo estoy malgastando esta tarde. Guillermo se ríe y hace suya mi carita.
Pagamos la cuenta por los cafés y salimos a la calle, al frío húmedo y entorpecedor de los comienzos de este siglo sin estaciones. Tal vez sea por eso que nunca sé qué mes corre o en qué día estamos: por la súbita desaparición de las estaciones. Claro, no es mi locura, ni una discapacidad de la concentración. Es, como infiero, la simple unificación húmeda y fatigosa de las estaciones del año. "¿Entendés lo que te digo, princesa?", me pregunta él. "¿Cómo? Perdoname, perdí la concentración y no te oí nada. ¿Me repetís? Deben ser los remedios... " "Te decía que podrías escribir algo gracioso." "No, es imposible, adoro mi tragedia, no puedo escaparme del estilo de la desgracia. Las únicas risas que me quedan son amargo sarcasmo. Si a veces me llegan de las otras, mi madre o algún estúpido me las reprime por exageradas o "falsas", según argumentan irritados por mi único ratito de alegría genuina correspondiente al lustro. Parece que estudiaran en algún lado la manera de angustiarme la vida. Salvo vos. Aunque con vos, Guillermo, me gusta más llorar a raudales por la emoción de quererte tanto. ¿Qué día es hoy? ¿Estamos en agosto ya?"
Él me dice que también me quiere y mira mis ojos tristes como si fueran ojitos brillantes de quinceañera tímida; entonces los suyos también se achican y se convierten en ojitos. Nos abrazamos en la parada del colectivo, en plena avenida, nos encendemos, nos besuqueamos como chicos enamorados. Seguramente la gente nos observa. Los adolescentes salen de las escuelas a esta hora. Ellos no nos miran. Y nos comportamos como ellos, hoy en día (no sé en qué año porque pierdo la noción del tiempo) a mis veintiséis y a los treinta y ocho de Guillermo. "Mirá, ahí enfrente, allá voy al dentista los martes.", comento. Guillermo me abraza con efusión. Nos miramos nuevamente, como tontos. Una brisa cálida y seca se mete apurada en la ciudad para recorrer subrepticiamente la avenida, la parada, nuestro beso. "Preciosa... ", me piropea Guillermo. Y soy feliz. Ahora, a los veintiséis, en un frío y caliente día de... ¿julio?, ¿septiembre? Me cuesta concentrarme, tal vez por el cansancio. Ah, no, claro... la desaparición de las estaciones...
Parece ser que pensé en voz alta, porque Guillermo, que todavía no aprendió a leerme la mente por completo, me pregunta: "¿Qué dijiste del clima?" Y me estrecha con las manos la cintura. "Nada... nada. Mirá, allá. Cuando yo tenía dieciséis, salía del colegio y tomaba este mismo colectivo en aquella esquina. No sabés qué frío que hacía en los inviernos."

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