sábado, 27 de septiembre de 2008

(fragmento) (2003)

En Gessell, Javier pasaba los atardeceres en la playa,tendido sobre la arena, y navegando en silencio por miles de recuerdos entremezclados. Solía a veces llorar discretamente, y regodearse con cierto raro placer en su pesada melancolía, su rica nostalgia, surtida de sensaciones e imágenes de toda época, casi todas ellas trágicas o bellas, aunque estas últimas lejanas... tristes. No era un hombre feliz; apenas sentía en su memoria, vívidamente, felicidades intensísimas que en realidad jamás había experimentado. Esos anhelos casi tan palpables como realidades, esa dicha que parece cierta en virtud del ahínco con que se la ha ansiado y construido mentalmente desde tiempos distantes. Tiempos como la pubertad, en los que se cree en una felicidad absoluta que llegará de un momento a otro, alguna vez, en el clímax de la existencia, y se quedará para siempre. Aunque cuando nos vamos internando a través del túnel oscuro de los años el sufrimiento se envilece, se contamina, se va volviendo más y más ignominioso y añoramos, por ejemplo, nuestra solitaria infancia como si hubiese sido hermosa, aunque esta ilusión se deba únicamente a que aquella infelicidad infantil era más pura... y queremos volver a resguardarnos en aquel soleado sitio en el que al menos estábamos en la paz de lo incorrupto, con la eternidad llena de esperanza

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